Imagen1De ser una cepa que iba a los vinos más baratos de Chile, hoy es una de las más alabadas por los críticos internacionales. El valor de exportación quintuplica el promedio nacional y sus productores, asociados en Vigno, buscan crear la primera denominación de origen viñatera del país (Eduardo Moraga Vásquez).

Marcelo Retamal se enteró por mail el 27 de junio.
Derek Mossman, socio de la viña Garage Wines, le envió un correo con los resultados del último informe sobre Chile de Wine Advocate, el medio de comunicación del crítico Robert Parker. Uno de los vinos que hace Retamal, De Martino La Aguada 2011, había sido elegido el mejor del país. Le habían otorgado 95 puntos para ser exactos.
Wine Advocate es el principal medio de información internacional del vino y una puerta para entrar a mercados como China y Estados Unidos. Por primera vez, ese medio había colocado a un vino de la cepa carignan en el primer lugar.
El mail de Mossman también destacaba que más de una decena de carigananes había obtenido 90 puntos o más en el informe. Todo un récord.
Más aún, porque en esa cuenta no se consideran las mezclas con una alta proporción de carigan.
“Esta es una cepa que hasta solo una década atrás iba a dar a las líneas más baratas de Chile”, reconoce Retamal.
Pero en realidad comenzó a cambiar cuando productores como Pablo Morandé y viñas como la Cooperativa de Cauquenes, Gillmore y Odfjell comenzaron a embotellar en forma separada esta uva. Hasta ese momento, las uvas de esa cepa, proveniente básicamente del secano costero del Maule, se mezclaban con el país. En el mejor de los casos era vendida para apuntalar la acidez de vinos como el cabernet sauvignon del Maipo.
El paso del anonimato al estrellato internacional es una de las historias más sorprendentes de la era moderna del vino chileno.
Para lograrlo, no solo tuvieron que entrar más viñateros al negocio del carignan, sino que ellos lograron levantar una organización, Vigno, con estrictas reglas de producción y que actúa como un paraguas común de promoción.

 

LO OPUESTO A LO GLOBAL

No solo el Wine Advocate, sino que críticos como Jancis Robinson han destacado los carignanes chilenos.
“Nos ha ayudado mucho que el carignan es lo opuesto a lo global. En todas partes puedes encontrar cabernet sauvignon, pero en pocos lugares buenos carignanes. Además, los chilenos tienen características distintivas que hablan de un territorio específico”, afirma el enólogo Pablo Morandé, algo así como el patriarca de los carignanes chilenos.
Morandé es de la teoría que aunque Chile se haya convertido en el cuarto productor mundial en 2013, lo que va a marcar la imagen internacional del vino, y por ende los precios que se pueden conseguir, será la presentación de vinos distintivos, con expresión de terroir y que tengan una historia única que contar.
Y el carignan sí que tiene cuentos debajo de la manga.
Su presencia en Chile tiene un origen oscuro. El relato más repetido es que llegó como parte del esfuerzo del Estado para recuperar la golpeada industria vitivinícola del sur del país, luego del terremoto de Chillán de 1939. El carignan se da en el sur de Francia y en partes de Cataluña, en Espada. Los vinos, aunque rústicos, destacaban por su acidez. Aparentemente, las autoridades locales de la época vieron en esa cepa un aporte para las mezclas con su país, por lo que apoyaron su importación y difusión, especialmente en el Maule.
Acá las parras se establecieron en zonas de secano, es decir, sin riesgo. Generalmente el sistema de producción elegido fue el de cabeza, en el que la parra se mantiene sin conducción, por lo que crece como un pequeño arbusto, casi a ras de suelo.
Olvidadas por décadas, hoy los ejemplares que se pueden ver en los alrededores de Cauquenes son de gruesos troncos.
El resultado es una viticultura más parecida a algunas zonas de Europa e inédita entre los países del Nuevo Mundo. Solo se necesitaba que un grupo de emprendedores supiera sacarles brillo a esas uvas y a esa historia.

 

SALIR DE LA ZONA CÓMODA

Andrea León tiene un bien ganado prestigio como enóloga en Casa Lapostolle, una de las viñas ícono de Colchagua y famosa por sus carmeneres.
Sin embargo, quería salir de su “zona cómoda” y experimentar con cepas que no estaban en el portafolio de la empresa.
Uno de sus primeros pasos fue la colección de syrah de distintas partes de Chile. Los resultados fueron más que aceptables.
Pero Andrea León quería ir por un mayor desafío. En sus primeros pasos profesionales le tocó vinificar uva del Maule. Entre los lotes que tenía a cargo a veces venía también carignan, el que se perdía dentro de una mezcla más grande.
Entonces Andrea propuso a Alexandra Marnier Lapostolle, la dueña de la viña, hacer una vinificación experimental de carignan. La pregunta no tenía fácil respuesta, pues la cepa no tiene buena fama en Francia, patria de origen de Alexandra. A pesar de eso, le dio el visto bueno al ensayo.
El vino embotellado no solo convenció por su calidad a Alexandra, que decidió colocarlo dentro del portafolio de Casa Lapostalle y comenzar a venderlo, sino que dio paso a una inédita decisión de marketing para la compañía.
Charles de Bournet, hijo de Alexandra y gerente general de Casa Lapostolle, asistió a una presentación de Vigno, la agrupación de los productores de carignan. Quedó tan entusiasmado que llamó de inmediato a León para chequear si su vino cumplía con los requisitos que el gremio les impone a sus asociados.
En enero de 2014, Lapostolle pasaba a ser miembro oficial del grupo.

 

UN NUEVO TERREMOTO

A fines de 2010, el año en que otro terremoto golpeó al sur de 12 productores de carignan decidieron crear Vigno.
La decisión base de los vignadores, como se autodenominan los socios, fue apuntar a vinos de calidad y en que el terruño se expresara en forma directa.
Aunque bonito de decir, requiere de decisiones complejas para ejecutarse.
En primer lugar, se estableció un límite geográfico: las uvas solo podrían venir del secano interior de la Región del Maule, específicamente entre los ríos del Maule, Perquilauquén y parte de Loncomilla.
Además, las parras deberían tener por lo menos 30 años, estar en sistema de cabeza y sin irrigación.
En cuanto a la vinificación, las botellas tenían que contener por lo menos 65% de carignan.
Y aunque no se estableció un sistema de guarda específico, sí se especificó que debía de ser por lo menos de dos años.
La decisión más radical fue, en todo caso, la comercial: la mayoría de la etiqueta debían estar destinados a destacar la palabra Vigno. La idea es que los consumidores identificaran primero al grupo.
Dos empresas que en un inicio se mostraron interesadas en participar, decidieron dar un paso al costado, pues no estaban dispuestas a sacrificar sus estrategias de marketing.
Uno de los efectos más interesantes de la marca “colectiva” lograda por Vigno es que los éxitos de uno de los socios son un activo para el resto. “Por ejemplo, el buen comentario sobre el vino de Marcelo Retamal obviamente genera una mayor demanda por esa botella. Sin embargo, como son volúmenes no muy grandes, puede que en algunos mercados no dé abasto.
Entonces, los importadores preguntan por otros “Vigno”, afirma Felipe García.
La “teoría del chorreo” hace que la dinámica entre las viñas cambie. La mentalidad tradicional de los viñateros chilenos asocia el éxito de una como un riesgo para las vecinas, pues les quita un potencial espacio en el mercado.
En el caso de los productores de carignan, por el contrario, se comparte el trabajo de promoción. Uno o dos socios, que se van rotando, presentan todas las botellas en ferias o ante críticos internacionales. El interés por generar un buen nombre para la “marca” Vigno actúa como motivación para promover el mundo de otra empresa.
Ahora los socios suman 15, desde los ya nombrados hasta Miguel Torres, pasando por Mei o Undurraga, lo que muestra que el modelo ha sido atractivo. Incluso uno de los tres mayores holdings viñateros del país está discutiendo en forma interna la posibilidad de golpear las puertas del grupo para ingresar.
Y el interés tiene razones constantes y sonantes. El precio promedio de la caja de Vigno está en torno a los US$150, casi cinco veces más que la media de la industria chilena.
De paso también salen ganando los agricultores. Mientas que en la última vendimia se llegó a pagar cerca de $100 por kilo de uva en el secado del Maule, la que se fue directo a botellas de carignan superó los $400 el kilo.
“Lo interesante es que este modelo se podría replicar en otras partes de Chile. Por ejemplo, en el Limarí con el chardonnay o Peumo con los carmenere, zonas reconocidas por la calidad e identidad que se logra con esas cepas”, explica Felipe García.
“Lo más interesante de Vigno es que está creando un nuevo espacio para el desarrollo del vino chileno”. Derek Mossman, Garage Wines.
“El carignan tiene una historia propia detrás, lo que lo hace más fácil de salir a vender en el exterior”. Felipe García, García & Schwaderer.
“Cada viña tiene una forma distinta de elaborar el carginan, eso le da una gran heterogeneidad a la oferta”. Marcelo Retamal, De Martino.
“Recién estamos explorando el potencial de esta cepa. Es muy acusete del lugar en que está y muestra una gran diversidad”. Andrea León, Casa Lapostolle.

 

HACIA LA DENOMINACIÓN DE ORIGEN

Los “vignadores” ahora van por más. Creen que han demostrado que el proyecto es viable y que el Estado debe dar el marco legal y reglamentario para iniciativas como Vigno.
Hasta ahora funciona como una asociación gremial.
El objetivo es pasar a ser una denominación de origen.
La legislación vitivinícola chilena tiene como base las divisiones políticas, como las comunas. De hecho uno de los grandes avances fue la implementación el año pasado de la división Costa, Entrecordillera y Andes, que permiten subdividir los valles, aunque siempre usando la base comunal.
Una denominación de origen para los que se quisieran sumarse a ella, pues nadie está obligado, permitiría asegurar la calidad del vino que lleva la marca común.

 

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